Estamos viviendo tiempos de zozobra, de incertidumbre, de miedo. La cuarentena, el distanciamiento social, las noticias abrumadoras sobre el avance del coronavirus y las muertes que está causando por todos lados. Me siento deprimido cada vez que las autoridades informan de nuevos casos y ver ese mapa mundial lleno de puntos rojos que ilustran los focos de la pandemia, me estremece y muchas veces quisiera pensar que solo es una pesadilla, una serie apocalíptica de televisión que no logro terminar…
Conozco gente prácticamente en todos los lugares donde el COVID-19 ha hecho estragos y sus relatos son escalofriantes, sus experiencias parecen sacadas de una película de horror. Desde China donde un joven becario sigue en Pekín asustado de ver cómo sus sueños se han convertido en la peor pesadilla imaginable, hasta Lombardía, Italia, donde una amiga de la infancia vivía felizmente hasta que su vecindario se rodeó de tragedias. ¿Qué decir de nuestros amigos y familiares en Estados Unidos, España, y el resto de Centroamérica?
Estamos viviendo y seguiremos viviendo tiempos difíciles. Pasaremos por momentos dolorosos, sin duda. Pero todo esto tiene que pasar. Todos teníamos tantos planes. La pareja que se iba a casar, los profesionales que planeaban su graduación, el viaje que uno soñaba hacer este año, los planes laborales, empresariales, salir de deudas.
Y luego viene esa frase que solemos repetir cuando hablamos con la familia o los amigos: “cuanto todo esto pase…”.
Pensemos también en el país, paralizado, con tantas dificultades económicas que seguramente se agravarán al llegar las consecuencias de la pandemia y de la paralización laboral. Serán tiempos duros en los que todos tendremos que ceder un poco, bajar la soberbia y lograr entendimientos para poder salir adelante. ¿Aprenderemos?
¿Cómo será nuestra vida cuando todo esto pase? Todos quisiéramos tener una bola de cristal y saberlo. Mientras tanto, esa preocupación, esa incertidumbre: “Y el espanto seguro de estar mañana muerto, y sufrir por la vida y por la sombra y por lo que no conocemos y apenas sospechamos”, como decía el poema “Lo Fatal”, del gran Rubén Darío.
El papa Francisco nos llamaba hace unos días a "redescubrir lo concreto de las pequeñas cosas, de los pequeños cuidados que hay que tener hacia nuestros allegados, la familia, los amigos. Comprender que en las pequeñas cosas está nuestro tesoro".
No hace falta que todo esto pase para decirle a sus seres queridos cuánto los ama. Reconciliarnos con todos aquellos con que nos distanciamos, recuperar los momentos perdidos aunque sea en una llamada telefónica, en una vídeo llamada, en chat. No tiene idea lo lindo que es una vídeo llamada estos días, un chat con una persona de la que te alejaste…
Recibir una llamada de un amigo que te demuestra que le importas es tan lindo estos días. Cuánta falta hace un abrazo, una reunión de amigos, un café, un trago, ese acercamiento tan característico de nosotros los latinos. Pero todo pasará. Cuando pase esto, tenemos que haber aprendido las lecciones y tratar de ser mejores, encontrarnos más y separarnos menos. Si no, no habrá servido de nada tanto dolor y tanta zozobra.
Si usted es creyente, acérquese a Dios. Yo sé que la fe flaquea en estos tiempos tan difíciles, pero dé las gracias al Creador de cada amanecer, de pasar tiempo con sus padres, sus hijos, su pareja o sus hermanos.
Y piense en después de la emergencia. Cuando todo esto pase. Porque va a pasar y vendrán otras crisis y dificultades y tendremos que enfrentarnos a ellas también. Pero habremos aprendido. Quédese en casa. Es tiempo de cuidarse mucho y cuidar mucho al prójimo con nuestra actitud de responsabilidad y consideración a los demás. Que el Señor los conserve con bien a todos.